Estuve en un bosque durante unas horas en medio de un cuento vestido de fiesta y engalanado con luces.
Se respiraba buena música y sonaba cálida la brisa en medio de amables silvas y de espléndidos árboles mirones...mi cuerpo creo que bailó y cantó alguna vez pero la nostalgia d-olía a rayos de astilla de roble y los truenos retumbaban en mí...sabía que en aquel momento yo era la tormenta im-perfecta pero no podía ponerme plomiza y quedarme a oscuras.
Las risas y las rosas y las palabras floreadas alborotaban de felicidad hasta la tarima que crujía bajo nuestros pies al caminar. Parecía que todo el mundo esa mañana se hubiese bañado en una inmensa marmita del cariño más auténtico que la imagen diáfana de una manera tan bella aún se pasea por mi retina y mi rutina.
Nunca había estado en un cuento perfecto donde hasta el mínimo detalle era hermosamente valioso.Y si estuve alguna vez se me debió traspapelar alguna página en la memoria o la borró de mi álbum de recordis el incompleto desconocido que habita en mí.
Sin embargo mi soledad invidente me rasgó el alma y la tristeza rabiosa se coló en todas mis heridas a la orilla de mi atlántico océano del miedo.No había un porqué si todo alrededor era maravilloso.
Salí del cuento igual que entré...sin dejar huella y con el corazón encogido de hombros con un confuso pellizco y una inquieta rozadura en la sonrisa apenas esbozada. Y pensé que tenía que haberme marchado mucho antes de haber ido y que el amor incondicional nunca es para siempre,también envejece y ...des-fallece. Sentí que las fábulas ya no eran para mí si es que alguna vez blanca lo fueron.
Cómo es la pena si profunda cala... un invisible burka que no te deja asomar a ciertas emociones y te conviertes en un des- velo que te oculta por fuera y se te clava tan dentro,muy adentro.
A la gente no le gustan los tristes y los tristes lo saben y se disgustan más,son una extraña pareja como si al final del cuento las que comiesen felices fueran las perdices.
No me hallé entre la multitud...y no había ninguna puerta en medio del bosque para huir de mí,de la impertérrita delincuente que me roba las ganas y del rubor de mis olas en plena marea alta,tan alta como la torre en la que Segismundo encerrado con sus soliloquios estaba.
A lo lejos y a la vez cerca, alguien muy delgado me acariciaba tan Giacometti el rizado des-velo,mientras silbaba y me regalaba todo su amor como siempre. Y cerca pero muy lejos ella brindaba con un trozo de dulce en sus hermosos ojos verdes con una sonrisa en su mirada al mundo,ambos de la mano juntos festejando la vida de todos sus amores.
La neblina se fue disipando,solo me quedaban sus rasguños húmedos y una sensación de haber estado en Riazor con los talones de julio hundiéndose en la arena del tiempo, asomando sus dedos agosto en la orilla sentada junto al mar,ahora inseparables mi tristeza honrada y su vaivén de hastío ya maduro,al que le queda poco margen para esa ilusión con coletas que se te pone ante las bonitas sorpresas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario