domingo, 26 de octubre de 2025

Vacías se nos quedan ciertas miradas

Cae la lluvia como un torrente encima de los últimos coletazos de un octubre amable que no se quiere hacer noviembre demasiado brusco y rápido.

Un partido de fútbol se juega sin importar demasiado, solo el rosa de las camisetas y un público familiar entregado. 

Se apaga el domingo sin ningún cuidado, la tarde sestea y la gente en sus casas, salvo en una o dos, no están para fiestas. El pueblo es pequeño, podría caber en la mano de un gigante, todo se sabe hasta que el cura bailó con una joven noche vestida de largo en una verbena sin fuegos artificiales.

Hay dos hermanas solteras, que se diría antaño que quedaron para vestir santos, en la casa más color teja que puede haber pero de pizarra su tejado. Zurcen los rotos para los vecinos pero las cosen a tiros las malas lenguas. Murmuran los jueves a las ocho en luto cuando van a dar un paseo juntas y suena a sentencia el campanario.

Comentan que es por un mozo que compartieron las dos cuando jóvenes; el muchacho se marchó al frente y no se supo más de él, chismosas envidias amargas. Hay fantasmas que son como cipreses con sus sombras demasiado alargadas.

La gente tiene demasiado tiempo cuando el aburrimiento es su cena de los sábados y las habladurías su menú cansino de todos los días cansados.

Sin embargo si se revuelve el viento en estos parajes, las cenizas vuelan como si fuesen fénix todas sus aves. 

Y pasa la catenaria del tren, el tiempo desenredado y el pueblo se envuelve de invierno y solo se escuchan los ladridos de los perros y el cauce del río a media tarde. Y los domingos en la iglesia se vacían la mirada impía y las farolas algo tristes maúllan poca luz para su puñado de habitantes que apenas ven como lloran algunos de sus sauces.

lunes, 20 de octubre de 2025

Ningún intruso habla

Parpadea la fuente que hay en medio de la plaza del pueblo. En los bancos que quedan vacíos, se posan dos palomas y un abrazo del que hace buen tiempo que no se ve.

El frío se cuela por las rendijas y por la ventana entreabierta de una casa azul que hay a la vuelta de la esquina del viento. Dentro empieza a discutir el silencio amargo. No ha tenido un buen día pero las palabras no tienen la culpa.

Se oye a lo lejos un estruendo que no se anda por las ramas, al cabo de unos segundos el fogonazo ilumina toda la noche, el fotógrafo de la naturaleza deja una bella imagen estremecedora.

El otoño baja las persianas en algunas casas, en otras deja hojas escritas con cierta perenne melancolía.

La ropa del estío se aferra con fuerza dentro del armario de cada dormitorio, teme el cambio de temporada y no está dispuesta a ser reemplazada tan fácilmente. No le gusta quedarse ocho meses secuestrada en el trastero. Le encanta ser la protagonista de la puesta de largo del calor y ser partícipe del ocio de la gente.

Ningún intruso habla y menos el ocre, tampoco en el entretiempo y más si el sol aún regala lo mejor de sí mismo al mediodía para compensar su amanecer de rocío ingrato. Los resfriados no solo los evidentes, también los del alma, toman la delantera por ser época de vestirse de cebolla y estar de capa caída como caducas hojas.


viernes, 10 de octubre de 2025

Luna de cosecha

En un conservatorio, un momento delicioso se saborea al ver cómo un violín dejado sobre un piano después de un último concierto, susurra alto y claro, un padre y una hija , el esfuerzo emocionado en la conmovida escena, en la historia que detrás respira entrega y cómo se funde encima del escenario la mirada de la hija hacia su padre, el talento de los dos inmenso como siempre de la mano.

No olvidarán los allí presentes, tan bello discurso cal(l)ado donde son las vívidas imágenes las que se tatuaron con tanto amor y a flor de piel la erizada melodía de lo mejor de los clásicos.

No muy lejos de allí, una pareja se despide de manera improcedente, no volverán a trabajar en eso del amor incondicional, ya no son ni la sombra de lo que fueron. Por una carretera cercana un motorista se adelanta a sí mismo sin darse cuenta de lo subida que corre su soberbia, dentro de unos kilómetros terminará en la cuneta algo más que su ego.

Mientras en la avenida principal, unos operarios descansan sobre el andamio de sus vidas, hablan de todo lo que les queda por hacer con cierta impaciencia algunos y otros con demasiada desidia. Un joven los mira como si le latiese su abuelo dentro, se emociona y enmudece la calle y su edad. Lo echa mucho de menos.

Dos gatos se pelean a altas horas de la madrugada cerca de un contenedor, los maullidos de la noche arañan la oscuridad y la hieren. Cae con rabia la primera helada de octubre a la par que las estrellas se ponen siamesas. Hace frío y uno de los felinos se va al escucharlo tan agudo. El otro se lame sus patas y se acurruca debajo de un arbusto.

La luna está tan grande que llena de luz la noche, parece una pista de hielo gigante de plata. Patina la mirada de una señora sobre ella, recuerda la rotonda de su infancia y se emociona. Cierra esa ventana tan sembrada y se va a la cama.

Un aire de tarta de fresa y de arroz con leche la adormecen tan dulce como su madre y tan honesta como su padre. Nunca más volverá a dormirse como una madeja de lana fracasada.

sábado, 4 de octubre de 2025

Mejillas de noche

Son las dos de la madrugada y la vecina del quinto sigue con su noche encendida y a su insomnio le da lo mismo tanta valeriana.

El reloj de cocina colgado en la pared late en las sienes de dos calles hacia abajo, un joven y su tictac acelerado salen a estirar sus minutos de descuento que le ha dado hoy el médico en la consulta pese a que ya tiene el partido perdido.

Una madre más allá del polideportivo al que iba su hijo a entrenar, se vuelve a la cama, en sus mejillas de noche ya no se posarán dos besos de agua y sabrá que su hora de dormir una vez más es a destiempo y que sus días están llenos de despropósitos de d-año nuevo desde que sola se ha quedado, hay nidos vacíos complicados.

En tantos barrios, cuesta arriba son unas mañanas y otras noches son cuesta abajo sin frenos y las tardes sestean en una intemperie conocida, la de las reuniones de asustados anónimos... Toda ciudad tiene sus altibajos.

Pasa el tiempo, le dice un amigo a otro y que lo cura todo, mientras se toman el último mal trago antes de irse a su casa. Uno vuelve andando...parece abandonado; el otro averiado coge su coche, parece que tirita sobre mojado.

Un hombre encanecido con un farol al lado de sus cartones que parece haber nacido en horas convulsas, los observa con su corazón vapuleado y escayolada su alma ya de pladur y farfulla " la una y sereno!!".