Muerde la luz que por la montaña cae, a vista de pájaro quien la ve le ladra. La tormenta se acerca desde lo lejos, parece enfadada. En el pueblo se cebó descargando su ira con furia. Este tiempo de perros mucho ladra.
El pánico se sale de la carretera, va ebrio y perseguido por unos viejos des/conocidos, acorralado por su propio aguacero sin piedad, derrapa en la primera curva que hay. Los que le siguen, escapan al ver lo ocurrido; pocos minutos después sus fantasmas son identificados. El maldito miedo, la furiosa soledad y la pertinaz angustia, esa noche, hicieron de las suyas.
Ese Nadie no imaginaba que pudieran capturarlos y al menos se quedarán entre rejas por el momento bebido de pánico subido hasta que les llegue el juicio.
Él sobrevive a su mal trago vivido, el suicido se disipa sin apenas deshacer más ruido.
Despeja y el domingo se convierte en una fiesta de guardar. No solo Dios fue el único que al terminar con su Creación, no pudo tranquilo descansar.
La gente se siente, a veces, demasiado cautiva con ella misma, pero la honestidad sigue secuestrada porque no interesa ser encontrada.
La gran mentira del mundo se frota las manos, acribilla sin reparos mientras otros lodos mercadean muy cerca con muchos de sus daños.
Y en Gaza escala el terror del genocidio por la obscena pila de muertos y los impunes siguen siendo los más cínicos, los que miran para otro lado, altivos cobardes e infames los que llevan en su sucia boca un bastardo cuchillo, allí solamente campan a sus anchas los asesinos teledirigidos.
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