Un apuesto joven mira a un charco, aún no sabe que puede ser un Narciso si se ad/mira demasiado, su perro al que pasea, ladra a un gato que de callejero no tiene nada.
En la acera de enfrente dos enamorados se besan como los cíclopes de Cortázar y desconocen que tal vez su historia sea como la de Romeo y Julieta, sus familias se detestan, pero ya de pequeños jugaban juntos en la calle a la rayuela. Luego se dicen adiós y se van cada uno a su escuela.
Por la carretera recién amanecida, el hormiguero de coches está en una revuelta, se cambian de carril como quien a oscuras hace una larga trenza sin pelos en la lengua de asfalto que mojado se halla por una densa niebla. Por un suspiro de un freno, un accidente se escapa pero el bostezo del lunes se queda en la cuneta.
El campus como si fuese una irreductible aldea gala, se llena de escondidos de una variopinta madrugada que aún llevan legañas en sus cabezas. Los polígonos se ponen tan geométricos que hay púgiles que cargan sus guantes de boxeo para pelear su mañana en su cuadrilátero de turno.
Y anochece antes, siempre en la misma casa donde se encuentra un puñado de nostalgia dormida y encima de la mesa bebidos sus recuerdos de cristal de bohemia.