Tintinea el viento en la cabeza, llueve sin pelos en la lengua. Gris oscuro el cielo se cabrea, no le gusta lo que ve desde arriba, en las afueras.
El verano huye con las chanclas puestas, el otoño lo apremia con alguna playa ya desierta.
Un abrazo muy cerca reza, caen los pétalos de las enamoradas margaritas sobre la hierba. Una pareja se besa y al otro lado iracundo del mundo estalla más feroz la misma guerra.
Una anciana cruza sin mirar la carretera, el horizonte se pone turbio, no hay color ni en este ni en ella. Suenan las alarmas, se incendia la pantalla de los in/móviles, se quema la piel de los montes, arden historias enteras, lloran tantas aldeas por la naturaleza muerta.
Otros escuchan cascabeles, a lo lejos la Navidad amenaza con su re/vuelta, los renos ociosos se pelean y en un puesto que vende madera para las chimeneas, la cola es eterna. El disparate parece estar de oferta.
Huye un suspiro que acaba de atracar en la calle de arriba una tienda. Quema un sol de injusticia y no está en su plan de escape estar a la sombra de las encinas quietas.
Algunas pequeñas risas se bañan en el río que fresco corretea y preparan las madres la merienda. Por la noche en el pueblo habrá verbena y dos viudos volverán a bailar bajo la luna llena, escondidos del rumor de las vecinas ansiosas de purgar sus pecados en la felicidad ajena.
El amanecer se despereza, tiene hambre el día y la vida bosteza. Hay ruidos que salen de las huertas, las uvas se preparan para la vendimia y el domingo para la homilía aunque casi vacía se halle la iglesia.
Una mujer que ha dejado de ser hija lee las cartas que su padre le mandaba a su madre cuando eran jóvenes y ella se sigue sintiendo más huérfana.
La soberbia al otro lado del camino se da la vuelta, siempre olvida las llaves de su ego y de la puerta; el vagabundo que le observa, piensa que a él le pasó un día y ahora duerme bajo el peso de creerse lo más de las estrellas.
Patina el olvido y cae de bruces contra la acera, herido se levanta y de golpe todo lo recuerda.
Pasa el afilador tan cerca que parece que huele a chuches de las que vendía aquella señora mayor en su carrito a la salida de tu escuela.
Hacer frases es sencillo como enhebrar palabras nada sueltas en una aguja de tinta para remendar lo descosido a tiros que uno, a veces, se encuentra. Demasiados francotiradores que apuntan a tu cabeza. A nadie le interesa ser objetivo pero en algún momento, sin saber porqué, te sientes como pato de goma en una feria.