Nunca remendó tantos silencios cuándo recordaba,muy en lo alto,más allá de la ciega noche,podía sentir que aún la amaba y le hablaba.
Tal era su luz que se escuchaba bien fuerte y hasta las estrellas bailaban sobre la noble madera del algodón de azúcar de su alma.
Rebeca,Rebeca...-le susurraba la mecedora que tanto le gustaba-no pierdas el abanico verde de tu mirada.Y ella haciendo su calceta,con su sonrisa la acariciaba.
Soñaba con volver a correr tras sus dos pequeños en la rotonda de su infancia o en aquel prado sentada junto a la bolsa de la merienda de sus hijos mientras miraba cómo jugaban a la pelota con su amor remangado en pantalla grande,muy de cine al aire libre y el verano con su cámara de fotos en mano y con el sol ardiendo de testigo.Tejía su nombre y sus recuerdos con la misma lana,la del inmenso y mullido cariño que siempre regalaran,ella y su marido.
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