Se dice que el casado,casa quiere; pero el cansado, su primer hogar necesita...o al menos es tu quejido el que lo grita, el de tu alma deshabitada,en la que ya no hay cerillas que te incendien pero sí angustia que te ladra.
Llevas unas heridas en el cuello de sibilina lana fina,unos pespuntes gruesos en tus pensamientos de trapo,tu nevera ya no calienta como antes y en la estufa hay un frío errante.
Tiritan tus palabras,se abren trémulas sus carnes,la leña de tu árbol caído está que arde,los besos que no diste vuelven a tropel a tu memoria de elefante que hace tiempo que entró en la cacharrería de tus pálpitos tirados por todas partes.
Camina cerca un tumulto de gente en círculos egocéntricos,las piedras y sus ombligos se han vuelto enormes e importantes,pasea a tu lado tu indigente de cariños pero con tantos desastres como jirones sus bolsillos de viejo ante.
Olvidada en un cajón de la nostalgia de muchos otros,tu fatiga se desmaya y te preguntas sin razón porqué tu vida sigue sin que le importe que ya no estén tus padres.Se pone obtusa,tan ebria de dolor y te lleva por momentos al desguace.
Piensas que los retazos de tu memoria caídos son como ángeles,encienden sus alas,las despliegan para no atacarte .Pero se inunda tu mente de momentos cobardes,aquellas veces en blanco y negro en las que ya en tu hogar no quedaba nadie y no eres ni capaz de rozar Riazor ni sus calles,ni empaparte de su salitre ni de sus olas como brochazos de arte. Tal vez no haya nacido aún quien dibuje tan bello y marino paisaje ni siquiera tu nostalgia surrealista que lleva a sus espaldas un intenso y atlántico bagaje.
Recuerdas el pánico que sentiste al fallecer tus adorados padres,únicos e incomparables...y unos hombres grises te robaron el tiempo de estar con ellos y tú, pequeña Momo reescribiste sin darte cuenta otra historia interminable.
Huérfana se quedó no solo tu tarde,al derrumbarse el techo de tu mundo,al abrirse las raíces de tu sangre, enmudeció la mañana y la noche se llenó de ruidos,solo había extraños en tu nocturno e insomne parque,deambulaban para que el miedo te volviese aún más pequeña e insignificante. Ahora solo el cielo de tus padres lo sabe.
Necesitas volver a escucharles, poder abrazarlos,sentir que de alguna manera están vivos,sentados junto a ti mientras veis las series de la tarde,en su salón de cariño gigante,con los crucigramas y periódicos de tu padre sobre la mesa y esparcidos los recortes de revistas y unos libros de Jane Austen que estaba releyendo tu madre.
Y lo único que rugía era el mar si su marea fiera trepaba por las rocas con furia para zamparse la rotonda donde patinabas cuando eras infante en los veranos donde te daba la merienda y más vida si cabe tu madre; tú saltabas a la comba mientras se ponía el sol de estambre y su mirada de tierna oliva acariciaba tu cuerpecito de junco,de suave alambre,de la misma forma que hacía tu padre al cogerte la mano y al hablarte.
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