Se esparce el estremecimiento, ese escalofrío que a deshoras te quema, es temblor en la hierba si el viento sacude con fuerza y a tu lado, torpe, una margarita se deshoja sin sutileza, se planta en el no te quiere y tan ancha se queda al mirarte de frente y el ladrido de tu intemperie cerca tiembla.
Tiemblan el desorden que te aqueja, el desconocido de tu cabeza, el neurótico tren que te atropella a eso de las tres y media y el desdén de la estación del invierno en el que te bajas, en el que te abandonas con aspereza también tiembla.
Tiembla el valiente que venció a tus fuerzas, el bravucón que asustó a tus ganas, la febril madre que enterró su ombligo en esa adolescente trinchera, el vulnerable requiebro del que ama con toda su alma, que se quita galante su sombrero de ala estrecha y el vértigo que, por fin, alza su vuelo bien alto, tiembla.
Tiembla mucho algún d-año, tiembla marzo y la primavera, demasiado ese febrero ya pasado de vueltas, tiembla la niña y su cometa huérfana, el tiempo sin arena, sin playa en un reloj envasado al vacío tiembla.
Y si por un instante, tiemblas entre tus tinieblas que no se templan, te despistas y ya no te encuentras. Temblores que suenan,tambores que tiemblan porque hasta la misma batalla le tiemblan sus piernas.
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