Víctor tenía las manías de los muchos kilos de su edad que no de su peso. Era metódico hasta cuando se fatigaba. Lo hacía siempre a la misma hora y se ahogaba con la precisión de un relojero. Medía con tanto celo el tiempo,su tiempo y el de los demás.
Víctor lo único que dejó de contar fue historias que ya eran historia para él y también sus d-años. Comenzó a callar...sus silencios empezaron a quebrarse como sus ganas.
Sus manos se agarraban a otras y las caricias se deshacían en la ternura caliente del que sabe que se está yendo como ese rubor de juventud que ya apenas se recuerda aunque él lo hacía. Pero ¡ qué lejos le quedaba todo aquello tan cálidamente cercano!
Sus manos se agarraban a otras y las caricias se deshacían en la ternura caliente del que sabe que se está yendo como ese rubor de juventud que ya apenas se recuerda aunque él lo hacía. Pero ¡ qué lejos le quedaba todo aquello tan cálidamente cercano!
Su fatiga del alma era tan profunda como el dolor de quienes vemos cómo el oscuro viento penetra y te arranca el corazón de cuajo. Es el cierzo que golpea en el camino cuando empiezas a recoger tus palabras,tus recuerdos y toda una vida para guardarlas en esa maleta dolorosamente invisible para tu último viaje. Y Víctor lo sabía.
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