miércoles, 9 de octubre de 2019

La tarde que no se hace tarde

Quiero esa tarde en San Isidro donde nunca se hacía tarde,ese sitio de mi recreo al que iba con mis padres y mi hermano,el más pequeño de todos mis hermanos mayores; él con su pelota y nuestro padre con todo el amor en su mirada sobre la hierba.

Y esos mediodías de comidas singulares por estar y ser juntos,siete en el paraíso con el bullicio de afecto en su jugo como menú familiar en la esquina más atlántica donde el mar rompe solo con su verdad abierta.

La infancia...hace poco escuché que no hay mejor sensación que la que se tenía de niño cuando te quedabas dormido en cualquier parte y al día siguiente despertabas en tu cama,pura magia llamada padre o madre como huellas de luz son los faros de sangre. Alguien que pase lo que pase,está ahí cuidándote,salieses a " faenar" o no, sintieses marejada,mar gruesa,muy gruesa,confusa o rizada en el salitre de tu alma o golpes de mar en tu piel de noble madera.
Así son mis padres,muy en presente,incansables en procurar nuestro bienestar y eternamente pendientes del rumbo de sus cinco embarcaciones,por si ese roído viento que amotinado vocea,pudiera despeinar y encrespar sus velas,las de dentro,no sólo las de fuera.

Se dice que los hijos son desagradecidos por naturaleza,pues me ha faltado tiempo para demostrarles a mis padres que he sido tan feliz que jamás podré ser ni de lejos tan buena con mis descendientes como ellos lo fueron conmigo.

Quizás no se deba regresar al pasado,mirar hacia atrás para no convertirte en estatua,la mía no es de sal ni de piedra sino de terneza de arena fina y se lo debo a ellos. 

Volvería una y otra vez a esos instantes de galleta de barquillo y de tardes que no se des-hacían tarde, a esos desayunos en los que mi madre me comía a besos y mi padre me escuchaba como quien ad-mira un tesoro. 

Tengo muchos recuerdos,miro mi interior cual álbum de fotos antiguas. Hay fotos desgastadas por el roce de la nostalgia y fotos en color,llenas de claridad que al mirarlas,se ponen en movimiento en tu cabeza y recuerdas ese día como si lo estuvieses viviendo de nuevo hasta su aroma se desprende en tu memoria a veces tan selectiva y selecta,tan apacible como revuelta.

Quiero esos momentos en los que nunca se hacía tarde,tantos en la rotonda de mi infancia junto a mi madre,quiero seguir patinando hacia ella sin temor a caerme solo por observarme con su mirada única de dulzura incomparable. 
La vida hay que merendarla,gracias a mi madre aprendí lo que era el cariño envuelto en papel de regalo. Nos los dio todo,no sólo la vida. 
Ella,princesa entre todas las princesas,una gran madre de los pies al algodón de su cabeza: siempre dulce,siempre amable,siempre atenta. 

Y qué decir de mi padre...tanto me devora ahora su ausencia,mucho me queda aún por contarle...de noche a tientas al buscar su luz o cuando pongo la mesa; al resbalar mi alma descalza o si abrazo la ternura de sus nietas; al ducharse mi mañana todavía dormida o cuando oigo su voz en el discurso de esa madrugada negra que me aprieta.

Y quiero recordar lo que no duele,lo que no hiere,solo lo que te c-alma pese a esta desbandada de pájaros en mi pecera y eso que me tomo lo que me ha recetado mi pez de cabecera,la de mi cama para solo dormirme con la certeza diáfana del alba clara y blanca al recordarme siempre a su lado como las piñas que recogíamos en el parque de Santa Margarita,hermosamente imperfectas.

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